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Arte entre ruinas

   Por mi amor a la Historia y a la arqueología me propuse para 2011 realizar mis vacaciones allá donde estuvieran las ruinas más sorprendentes del Mundo. También éstas las había conocido de niño gracias a un libro titulado "Grandes Desastres". Y me lancé a Nápoles, desde donde partiría para conocer la mítica Pompeya.
   Pompeya es, más de lo esperado: espectacular. Una ciudad romana conservada en el tiempo, como una pieza barnizada enorme. Tal como estaba cuando fue sepultada por la furia del Vesubio se encontraba; como si sus habitantes fugados, o aquellos que todavía estaban allí de "cuerpo" presente, fueran a detenernos para preguntarnos qué hacíamos en sus casas, observando sus objetos, sus frescos, sus jardines, sus fuentes...
  De Nápoles podría decir mucho también. Para los españoles, que es una "Lisboa" en el Mediterráneo; la "Sevilla" italiana tomada por los cartagineses (los cartagineses de hoy, claro). Es una ciudad-monumento hundida por su propia pasión, su propia desidia, comida por su religión católico-pagana. Es una piedra esculpida, forrada de bronce dorado graffiteado... y pizza.
 
   Pero la sorpresa de todo este viaje me llegaría en el hotel. Un hotel pequeño situado en un piso en el interior de la Gallería Umberto. Todo el establecimiento estaba decorado de obras de arte y, como no, de la obra cumbre de la artesanía local más sublime: de pastores napolitanos. Figuras de lo más decorado y de la más alta calidad que despertaron enseguida aquel recuerdo latente, aquel interés por las miniaturas y mi belenismo mamado. 
 

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