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El Despertar

         Tal vez fuera en mi infancia cuando consumido por la admiración de los belenes de mi abuelo, que desde su infancia también había montado, primero en casa de sus padres, luego en la suya propia, y que inculcó así a mi padre y después a mí. La admiración por las grandes escenas de degollaciones, de huidas a Egipto, de alumbramientos, me despertara el interés humano de las variantes humanas, tanto naturales como sociales: El misterio del "parto", la violencia del asesinato de niños inocentes, el ansia de un rey, la fortaleza de una mujer y un hombre para escapar ocultando a su hijo.
El belén en sí mostraba un escaparate preciosista de lo que me deparaba el mundo. Así mismo, el detalle que mi abuela ponía en preparar cada elemento (junto a mi abuelo, y continuando ella tras su muerte) y la oración anual, casi ritual de cómo debía disponerse cada detalle: el río un espejo, la ropa del niño tendida sobre el romero, el antiguo ángel moreno es San Rafaél, el de la Gloria San Gabriel; un pedacito de tela roja el fuego; el musgo regado cada año y recogido desde hacía diez en Sierra Morena... Hasta completar un salón entero de una obra mágica.
        Pronto fui yo el que siguió con la tradición. En mi temprana adolescencia me presenté todos los años al concurso local de belenes (nunca gané un premio). Ya no era el belén de mi abuelo; sino el mío propio, que guardaba aún la esencia de aquellos que veía en mi infancia.

        En su bliblioteca, mi padre guardaba un libro titulado, si no recuerdo mal, "Historia del Belén desde sus comienzos"; y oh, que obra. No las fotos de los belenes andinos ni los nacimientos tiroleses; sino la imagen de la portada, que reflejaba el objetivo que hubiera yo deseado cada Navidad, lograr la calidad de aquel belén napolitano. Hoy sé que aquel belén era una escena de misterio que se conserva en el Museo de San Martino de Nápoles.

       A los 15 años fue que monté mi último belén. La salida de mi pueblo, la pérdida de aquella inocencia y de aquel espíritu navideño que trasminaba por las calles manchegas, no me permitió continuar con aquel ritual de mis abuelos. No me fue posible, y lo tenía olvidado... hasta ahora.

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